27 de octubre de 2010

Autodefiniendo

Carruseles planos,
naves ilesas,
ocas solitarias,
aires de floristerías,
milésimas de eco,
y el caso de un enano nipón que quería ser pianista.


(Palabras sacadas del autodefinido de un periódico local del domingo.)

4 de octubre de 2010

Mis tres mierdas

Esta noche he sido de las personas que tropiezan tres veces con la misma piedra. Sin embargo, he tenido una suerte tremenda porque eran tres mierdas.

Suerte porque, aparte del dicho, para llevar sandalias, no rebosó nada por los lados gracias a que la consistencia era más bien de "rigor mierdis". No quiero entrar en detalles, pero me alegro de no traer ni aromas ni regalos a casa, algo que es de agradecer a no sé muy bien quién.

Cuando la pisé la segunda vez, pensé: "me tendré que fijar un poco más". Pero cuando pasó una tercera, no pude llegar a la conclusión de que mañana será un gran día.

Y con esa ilusión de mierda, me he metido en la cama.

14 de agosto de 2010

Yo echo, tú echas, él echa...

Y tanto echar, que ahora no sé si te echo de menos o echo de menos echarte de menos...

3 de mayo de 2010

Haya paz

Bajé de la azotea. Estaba todo a oscuras. No sabía muy de dónde venía aquel ruido. Muy débil. Metálico. Recorrí todos los cuartos hasta llegar a la cocina. Empecé a oír un poco más de barullo. No tardé en darme cuenta de que mi madre se había dejado el fuego chico encendido. Las lentejas se estaban pegando.

12 de abril de 2010

Ruidos

Otra noche en blanco. Mientras espero a que la maravilla de la farmacología haga su efecto, recordé que una vez me puse a pensar en olores con la intención de dormirme. ¿Y si hago lo mismo con los sonidos? Será porque ahora mismo lo único que escucho es el reloj de la sala...

Y la banda sonora ruidosa de mi vida es:

Caru raspándose las uñas en el suelo de la azotea. Las campanadas y el tic tac continuo del reloj de la sala. La radio al despertar mamá. El ruido del cepillo cuando baldean la azotea. El saludo de cuando alguien abre la puerta del zaguán. Los resoplidos del vecino en el patio cuando pone una lavadora. Los frenos de las guaguas. Amarillo, amarillento. La aspiradora del año del pum. La campana que sabes que está encendida por la paz que hay cuando la apagas. El reguetón de los vecinos. Mis ronquidos. El pitido molesto que se pone a veces en la nariz. Las llaves encima de la mesa. Las puertas de la zapatera. El sexo. Las chapas de botellines. El matraquilleo del boli cuando hago pasatiempos. El ruido que hace Cristina cuando bosteza. La megafonía de los trenes. La sinfonía del nuevo mundo de Dvorak con la flauta. Mi risa escandalosa. El timbre de verdad. El pitido del microondas. Las planchas de la azotea con el viento. El walkman cuando se quedaba sin pilas. Los botes de especias chocando dentro del tupper. El Musso de Antonio cuando arrancaba. Movie Records. Las roscas en el caldero rojo viejísimo. La sirena de los bomberos...

Y muchos más...

14 de febrero de 2010

Pitonisa

A veces tengo la sensación de que presiento el futuro, pero lo que sí puedo ver claramente es el pasado, por si a alguien le interesa...

2 de febrero de 2010

Destellos radioactivos

Entró en aquella salita y cuando salió, solo unos segundos después, ya no era la misma. Se había llevado algunas patículas radioactivas que le hacían brillar en la oscuridad. Al principio, el efecto luciérnaga no dejaba de ser algo original, único y puede que hasta divertido. El problema venía cuando era imposible dormir por la noche. Notaba cómo las ojeras se le marcaban a fuego en la cara. Ojalá ahora fuera de verdad aquel interruptor imaginario del que siempre había presumido. Ojalá no tuviera que hundir la cara entre cojines para no deslumbrarse con sus propios destellos. Era la primera vez que se sentía capaz de hacer frente a su miedo a la oscuridad con tal de poder cerrar los ojos.

24 de enero de 2010

Olores de insomnio

Últimamente no puedo dormir. He probado juegos más y menos conocidos, pero nada que me ayude de verdad.

Anoche en vez de contar ovejas o pensar en sustantivos acabados en "ar", "er" o "ir", no sé muy bien cómo acabé pensando en los olores que tenía registrados en la cabeza... Disfruté tanto del paseo que llevo un rato luchando por recordar esos aromas (agradables o desagradables) que me vinieron a la mente.

Es un caos de olores... La cocina de Acosta. Las mandarinas en navidad. El patio de Juani. El potaje de abuelo cuando llegábamos al mediodía de clases. Los quesos en el cuarto que no se usaba en casa de abuelo. La brillantina de Antonio. Mi colonia en otros. Antes, durante y después del sexo. Un cuarto con colcha de elefantes. Una vela de chocolate que me recuerda otros momentos. Jazmines en flor. La cueva de la casa del campo. El coche blanco de Antonio. La muñeca violeta que mamá guardaba en una cajita en el ropero Las hojas de cartas que intercambiábamos en el colegio. El mercedes antiquísimo de Pablo comido por los ratones. El invernadero de la aldea El pan de Padupasa de madrugada. Las papas sancochadas a punto de quemarse. La tienda de encurtidos debajo de casa de Miguel en Madrid. La azotea con Caruso. El papel para forrar los libros. El pegamento imedio. La caja donde guardamos el árbol de navidad. El aceite de quemar dentro de la caja de madera. La espuma del pelo. Chanson d'eau en el instituto. Los libros nuevos. Serrín. La pintura de la escalera. Los estornudos de pater. El humo de las shishas. Las tiendas de chuches. Las roscas en el cine. El café El Sol recién molido en Triana. Pan bizcochado en casa. Bolsos de cuero en mercadillos. Fritanga en los bares. Los supermercados con olor a Camembert. La tierra de la calima. La imprenta cuando era chica. La casa de Sigüés. Las casetas en San Froilán. Té de jazmín. Caja de herramientas de pater. El cuarto de la azotea. La crema del sol en las toallas...

Lo mejor es que conseguí quedarme dormida...

13 de enero de 2010

No quiero...

No quiero que no me mires. No quiero que no me hables. No quiero que no pienses en mí. No quiero que no sientas nada. No quiero que me envuelvas en tus redes (más de lo que ya estoy). No quiero que seas condescendiente. No quiero sentirme así. No quiero imaginar. No quiero que te rías de mí (por favor). No quiero pasar sin dejar huella. No quiero echarte de menos. No quiero tantas cosas. No quiero no quererte.

8 de enero de 2010

Mi circo y mi sol

El primero siempre es el maestro de ceremonias. Un personaje grandioso. Sabe lo que ocurre en cada uno de los rincones de este lugar, en cada segundo. Cualquier persona no podría hacer lo que él hace, igual que ninguna persona querría hacerlo. Sí, hay que ser de una pasta diferente para enfrentarte a un público hambriento de entretenimiento... Es su león particular.

Mira cómo se balancea. La reina de las alturas. Ágil, fuerte, ligera... Supongo que me gustaría ser como ella. Todos los ojos van para ella dentro y fuera de la pista. Un solo foco que sigue cada uno de sus movimientos de un lado a otro. La tensión de las cuerdas pasa desapercibida, es secundario. Me recuerda a una de esas algas solitarias que lleva la marea. Siento envidia de cómo se mueve... Está claro que algunas no nacimos para ser admiradas... No, no podría ser ella.

Turno para los payasos. Quizás con ellos me pueda identificar un poco más. Aunque en realidad no sé si me gustaría estar en la obligación de arrancar carcajadas cuando por dentro puede que esté muriendo. Demasiada responsabilidad... ¿Y qué decir del maquillaje? A todos nos ayuda una máscara, pero sin duda creo que no sería la mejor forma de ocultar todo eso... Prefiero quedarme con la idea de payasos felices, sonrientes. Podría ser uno de ellos: por patosa, payasa, colorida, despeinada, desgarbada... Podría, pero no sé si querría.

El domador de fieras. El domador, con esa chaqueta imponente. Ya sé desde ahora que no podría ser él. Tengo valor y coraje, pero no tengo la necesidad de demostrarlo. Ya tengo mis leones y mis tigres a los que enfrentarme. No muerden, o no deberían, pero igual de fieros. Hay gente que tiene un don especial para comunicarse con los animales y yo no he puesto a prueba esta habilidad más que con algún perro vagabundo...

Y los contorsionistas. Tan correctos, comedidos, estirados (nunca mejor dicho), perfeccionistas... Totalmente incompatibles conmigo. Supongo que por una vez no estaría tan mal probar a ver el mundo al revés pero con los pies en la tierra. Ellos lo hacen. Parece que tampoco les va mal. Siempre he tenido una duda: ¿duele? Porque yo soy flexible, pero tengo claro mis límites. ¿Y ellos? Para estar donde están habrán sufrido lo indecible. Está claro que no pueden negar que no es natural llegar a tener la cabeza pegada al culo... Nada, tampoco me interesa.

Ya van quedando menos... La pitonisa de pacotilla que cree ver algo en la bola de cristal y es solo un reflejo borroso de sí misma ahogado en alcohol. Ni siquiera sabe interpretar las señales de los que acuden a ella. Es normal que no quiera salir del carromato. Sí que me gustaría tener el don natural de saber qué va a pasar... Hacerle trampas a la vida aunque fuera un rato. No me gustaría tener que hacer de psicóloga disfrazada de zíngara...

Creo que podría ser el escapista, no porque se me diera bien escapar, sino porque la sensación de libertad, aunque sea de una simple cuerda, tiene que ser indescriptible. Tendría que ser ágil y actuar sin dudar. Me costaría, pero creo que podría hacerlo. Quiero experimentar esa sensación...

De todas formas, no sé por qué me complico tanto. Cada uno sigue teniendo su hueco y su labor. Mi disfraz de tramoyista esconde algo de cada uno de los personajes de la pista. De aquí para allá, pendiente de todos y de todo. Ojalá no fuéramos invisibles. Yo necesito no serlo. Mientras tanto, seguiré barriendo el suelo, colocando sillas, abriendo y cerrando telones (nunca para mí).