El primero siempre es el maestro de ceremonias. Un personaje grandioso. Sabe lo que ocurre en cada uno de los rincones de este lugar, en cada segundo. Cualquier persona no podría hacer lo que él hace, igual que ninguna persona querría hacerlo. Sí, hay que ser de una pasta diferente para enfrentarte a un público hambriento de entretenimiento... Es su león particular.
Mira cómo se balancea. La reina de las alturas. Ágil, fuerte, ligera... Supongo que me gustaría ser como ella. Todos los ojos van para ella dentro y fuera de la pista. Un solo foco que sigue cada uno de sus movimientos de un lado a otro. La tensión de las cuerdas pasa desapercibida, es secundario. Me recuerda a una de esas algas solitarias que lleva la marea. Siento envidia de cómo se mueve... Está claro que algunas no nacimos para ser admiradas... No, no podría ser ella.
Turno para los payasos. Quizás con ellos me pueda identificar un poco más. Aunque en realidad no sé si me gustaría estar en la obligación de arrancar carcajadas cuando por dentro puede que esté muriendo. Demasiada responsabilidad... ¿Y qué decir del maquillaje? A todos nos ayuda una máscara, pero sin duda creo que no sería la mejor forma de ocultar todo eso... Prefiero quedarme con la idea de payasos felices, sonrientes. Podría ser uno de ellos: por patosa, payasa, colorida, despeinada, desgarbada... Podría, pero no sé si querría.
El domador de fieras. El domador, con esa chaqueta imponente. Ya sé desde ahora que no podría ser él. Tengo valor y coraje, pero no tengo la necesidad de demostrarlo. Ya tengo mis leones y mis tigres a los que enfrentarme. No muerden, o no deberían, pero igual de fieros. Hay gente que tiene un don especial para comunicarse con los animales y yo no he puesto a prueba esta habilidad más que con algún perro vagabundo...
Y los contorsionistas. Tan correctos, comedidos, estirados (nunca mejor dicho), perfeccionistas... Totalmente incompatibles conmigo. Supongo que por una vez no estaría tan mal probar a ver el mundo al revés pero con los pies en la tierra. Ellos lo hacen. Parece que tampoco les va mal. Siempre he tenido una duda: ¿duele? Porque yo soy flexible, pero tengo claro mis límites. ¿Y ellos? Para estar donde están habrán sufrido lo indecible. Está claro que no pueden negar que no es natural llegar a tener la cabeza pegada al culo... Nada, tampoco me interesa.
Ya van quedando menos... La pitonisa de pacotilla que cree ver algo en la bola de cristal y es solo un reflejo borroso de sí misma ahogado en alcohol. Ni siquiera sabe interpretar las señales de los que acuden a ella. Es normal que no quiera salir del carromato. Sí que me gustaría tener el don natural de saber qué va a pasar... Hacerle trampas a la vida aunque fuera un rato. No me gustaría tener que hacer de psicóloga disfrazada de zíngara...
Creo que podría ser el escapista, no porque se me diera bien escapar, sino porque la sensación de libertad, aunque sea de una simple cuerda, tiene que ser indescriptible. Tendría que ser ágil y actuar sin dudar. Me costaría, pero creo que podría hacerlo. Quiero experimentar esa sensación...
De todas formas, no sé por qué me complico tanto. Cada uno sigue teniendo su hueco y su labor. Mi disfraz de tramoyista esconde algo de cada uno de los personajes de la pista. De aquí para allá, pendiente de todos y de todo. Ojalá no fuéramos invisibles. Yo necesito no serlo. Mientras tanto, seguiré barriendo el suelo, colocando sillas, abriendo y cerrando telones (nunca para mí).
1 comentario:
Never say never... joni
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