Últimamente no puedo dormir. He probado juegos más y menos conocidos, pero nada que me ayude de verdad.
Anoche en vez de contar ovejas o pensar en sustantivos acabados en "ar", "er" o "ir", no sé muy bien cómo acabé pensando en los olores que tenía registrados en la cabeza... Disfruté tanto del paseo que llevo un rato luchando por recordar esos aromas (agradables o desagradables) que me vinieron a la mente.
Es un caos de olores... La cocina de Acosta. Las mandarinas en navidad. El patio de Juani. El potaje de abuelo cuando llegábamos al mediodía de clases. Los quesos en el cuarto que no se usaba en casa de abuelo. La brillantina de Antonio. Mi colonia en otros. Antes, durante y después del sexo. Un cuarto con colcha de elefantes. Una vela de chocolate que me recuerda otros momentos. Jazmines en flor. La cueva de la casa del campo. El coche blanco de Antonio. La muñeca violeta que mamá guardaba en una cajita en el ropero Las hojas de cartas que intercambiábamos en el colegio. El mercedes antiquísimo de Pablo comido por los ratones. El invernadero de la aldea El pan de Padupasa de madrugada. Las papas sancochadas a punto de quemarse. La tienda de encurtidos debajo de casa de Miguel en Madrid. La azotea con Caruso. El papel para forrar los libros. El pegamento imedio. La caja donde guardamos el árbol de navidad. El aceite de quemar dentro de la caja de madera. La espuma del pelo. Chanson d'eau en el instituto. Los libros nuevos. Serrín. La pintura de la escalera. Los estornudos de pater. El humo de las shishas. Las tiendas de chuches. Las roscas en el cine. El café El Sol recién molido en Triana. Pan bizcochado en casa. Bolsos de cuero en mercadillos. Fritanga en los bares. Los supermercados con olor a Camembert. La tierra de la calima. La imprenta cuando era chica. La casa de Sigüés. Las casetas en San Froilán. Té de jazmín. Caja de herramientas de pater. El cuarto de la azotea. La crema del sol en las toallas...
Lo mejor es que conseguí quedarme dormida...
24 de enero de 2010
13 de enero de 2010
No quiero...
No quiero que no me mires. No quiero que no me hables. No quiero que no pienses en mí. No quiero que no sientas nada. No quiero que me envuelvas en tus redes (más de lo que ya estoy). No quiero que seas condescendiente. No quiero sentirme así. No quiero imaginar. No quiero que te rías de mí (por favor). No quiero pasar sin dejar huella. No quiero echarte de menos. No quiero tantas cosas. No quiero no quererte.
8 de enero de 2010
Mi circo y mi sol
El primero siempre es el maestro de ceremonias. Un personaje grandioso. Sabe lo que ocurre en cada uno de los rincones de este lugar, en cada segundo. Cualquier persona no podría hacer lo que él hace, igual que ninguna persona querría hacerlo. Sí, hay que ser de una pasta diferente para enfrentarte a un público hambriento de entretenimiento... Es su león particular.
Mira cómo se balancea. La reina de las alturas. Ágil, fuerte, ligera... Supongo que me gustaría ser como ella. Todos los ojos van para ella dentro y fuera de la pista. Un solo foco que sigue cada uno de sus movimientos de un lado a otro. La tensión de las cuerdas pasa desapercibida, es secundario. Me recuerda a una de esas algas solitarias que lleva la marea. Siento envidia de cómo se mueve... Está claro que algunas no nacimos para ser admiradas... No, no podría ser ella.
Turno para los payasos. Quizás con ellos me pueda identificar un poco más. Aunque en realidad no sé si me gustaría estar en la obligación de arrancar carcajadas cuando por dentro puede que esté muriendo. Demasiada responsabilidad... ¿Y qué decir del maquillaje? A todos nos ayuda una máscara, pero sin duda creo que no sería la mejor forma de ocultar todo eso... Prefiero quedarme con la idea de payasos felices, sonrientes. Podría ser uno de ellos: por patosa, payasa, colorida, despeinada, desgarbada... Podría, pero no sé si querría.
El domador de fieras. El domador, con esa chaqueta imponente. Ya sé desde ahora que no podría ser él. Tengo valor y coraje, pero no tengo la necesidad de demostrarlo. Ya tengo mis leones y mis tigres a los que enfrentarme. No muerden, o no deberían, pero igual de fieros. Hay gente que tiene un don especial para comunicarse con los animales y yo no he puesto a prueba esta habilidad más que con algún perro vagabundo...
Y los contorsionistas. Tan correctos, comedidos, estirados (nunca mejor dicho), perfeccionistas... Totalmente incompatibles conmigo. Supongo que por una vez no estaría tan mal probar a ver el mundo al revés pero con los pies en la tierra. Ellos lo hacen. Parece que tampoco les va mal. Siempre he tenido una duda: ¿duele? Porque yo soy flexible, pero tengo claro mis límites. ¿Y ellos? Para estar donde están habrán sufrido lo indecible. Está claro que no pueden negar que no es natural llegar a tener la cabeza pegada al culo... Nada, tampoco me interesa.
Ya van quedando menos... La pitonisa de pacotilla que cree ver algo en la bola de cristal y es solo un reflejo borroso de sí misma ahogado en alcohol. Ni siquiera sabe interpretar las señales de los que acuden a ella. Es normal que no quiera salir del carromato. Sí que me gustaría tener el don natural de saber qué va a pasar... Hacerle trampas a la vida aunque fuera un rato. No me gustaría tener que hacer de psicóloga disfrazada de zíngara...
Creo que podría ser el escapista, no porque se me diera bien escapar, sino porque la sensación de libertad, aunque sea de una simple cuerda, tiene que ser indescriptible. Tendría que ser ágil y actuar sin dudar. Me costaría, pero creo que podría hacerlo. Quiero experimentar esa sensación...
De todas formas, no sé por qué me complico tanto. Cada uno sigue teniendo su hueco y su labor. Mi disfraz de tramoyista esconde algo de cada uno de los personajes de la pista. De aquí para allá, pendiente de todos y de todo. Ojalá no fuéramos invisibles. Yo necesito no serlo. Mientras tanto, seguiré barriendo el suelo, colocando sillas, abriendo y cerrando telones (nunca para mí).
Mira cómo se balancea. La reina de las alturas. Ágil, fuerte, ligera... Supongo que me gustaría ser como ella. Todos los ojos van para ella dentro y fuera de la pista. Un solo foco que sigue cada uno de sus movimientos de un lado a otro. La tensión de las cuerdas pasa desapercibida, es secundario. Me recuerda a una de esas algas solitarias que lleva la marea. Siento envidia de cómo se mueve... Está claro que algunas no nacimos para ser admiradas... No, no podría ser ella.
Turno para los payasos. Quizás con ellos me pueda identificar un poco más. Aunque en realidad no sé si me gustaría estar en la obligación de arrancar carcajadas cuando por dentro puede que esté muriendo. Demasiada responsabilidad... ¿Y qué decir del maquillaje? A todos nos ayuda una máscara, pero sin duda creo que no sería la mejor forma de ocultar todo eso... Prefiero quedarme con la idea de payasos felices, sonrientes. Podría ser uno de ellos: por patosa, payasa, colorida, despeinada, desgarbada... Podría, pero no sé si querría.
El domador de fieras. El domador, con esa chaqueta imponente. Ya sé desde ahora que no podría ser él. Tengo valor y coraje, pero no tengo la necesidad de demostrarlo. Ya tengo mis leones y mis tigres a los que enfrentarme. No muerden, o no deberían, pero igual de fieros. Hay gente que tiene un don especial para comunicarse con los animales y yo no he puesto a prueba esta habilidad más que con algún perro vagabundo...
Y los contorsionistas. Tan correctos, comedidos, estirados (nunca mejor dicho), perfeccionistas... Totalmente incompatibles conmigo. Supongo que por una vez no estaría tan mal probar a ver el mundo al revés pero con los pies en la tierra. Ellos lo hacen. Parece que tampoco les va mal. Siempre he tenido una duda: ¿duele? Porque yo soy flexible, pero tengo claro mis límites. ¿Y ellos? Para estar donde están habrán sufrido lo indecible. Está claro que no pueden negar que no es natural llegar a tener la cabeza pegada al culo... Nada, tampoco me interesa.
Ya van quedando menos... La pitonisa de pacotilla que cree ver algo en la bola de cristal y es solo un reflejo borroso de sí misma ahogado en alcohol. Ni siquiera sabe interpretar las señales de los que acuden a ella. Es normal que no quiera salir del carromato. Sí que me gustaría tener el don natural de saber qué va a pasar... Hacerle trampas a la vida aunque fuera un rato. No me gustaría tener que hacer de psicóloga disfrazada de zíngara...
Creo que podría ser el escapista, no porque se me diera bien escapar, sino porque la sensación de libertad, aunque sea de una simple cuerda, tiene que ser indescriptible. Tendría que ser ágil y actuar sin dudar. Me costaría, pero creo que podría hacerlo. Quiero experimentar esa sensación...
De todas formas, no sé por qué me complico tanto. Cada uno sigue teniendo su hueco y su labor. Mi disfraz de tramoyista esconde algo de cada uno de los personajes de la pista. De aquí para allá, pendiente de todos y de todo. Ojalá no fuéramos invisibles. Yo necesito no serlo. Mientras tanto, seguiré barriendo el suelo, colocando sillas, abriendo y cerrando telones (nunca para mí).
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