Todo tiene su fecha de caducidad. El problema viene cuando la sabes o, más o menos, eres consciente de cuándo puede llegar. Ante eso, ¿qué haces? ¿Optas por devorarlo todo en un instante? ¿O bien te decides por agotarlo todo lentamente, sin prisas y disfrutando de cada poco?
Lo peor es que en los dos casos el sabor de boca siempre va a ser el mismo. Al final, malo. El gusto que dejó en un primer momento pasará a ser un regustillo más o menos agradable, que después habrá que quitar con colutorio. Y lo que es la negación de la realidad. A sabiendas de cómo acabará todo, una sigue ahí relamiendo la cuchara por si todavía queda algo de lo que hubo.
Bueno, todas las fechas pasan. Y es verdad que hay gente que deja las cosas en la nevera tiempo después de que haya caducado, ¿pero para qué? Al final todos acabamos por tirarlo a la basura.
Todavía no he conocido a nadie que haya llorado por un yogur caducado. Pero seguro que hay quien lloró porque dejó que se caducara sin probarlo.
1 comentario:
soy un yogur, soy un yogur...
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